Se acaban de cumplir 90 años de la existencia de la radio, invento que muchos se atreven a calificar como de “invento argentino”. Lo cierto es que Enrique Telémaco Susini y sus amigos en lugar de perder el tiempo en charlas de café fueron capaces de diseñar una metodología que los llevó a poder trasmitir la ópera “Parsifal” para un grupo de privilegiados que vivían en las inmediaciones y tenían aparatos apropiados para poder escuchar esa magnífica pieza de Richard Wagner.
Después de tanto tiempo cabe preguntarse, si como todo invento, la radio ha contribuido al progreso de la humanidad o por el contrario, se ha convertido en un instrumento más de desasosiego y opresión para inmensos sectores de la humanidad.
Una primera opinión indica que es un medio de los más avanzados que está a la altura de los más desarrollados del orbe.
Las dos guerras mundiales del siglo pasado, con su inmenso desarrollo tecnológico, han total objetividad si sobre todo en los últimos tiempos, la radio acompañada de su hermana menor, la televisión, no son factores de la decadencia de la humanidad.
Decimos esto porque el lenguaje que se emplea, la ordinariez de muchos programas, la falta de preparación de los conductores está demostrando bien a las claras que a medida que van desapareciendo figuras respetuosas del oyente como por ejemplo Antonio Carrizo o Héctor Larrea van surgiendo otros del estilo de Oscar González Oro, “Beto” Casella, Jorge Rial, Mario Pergolini, Alejandro Fantino, “Baby” Echecopar y otros que, teniendo condiciones tal vez, como los primeramente mencionados, no son capaces de continuar la senda de los viejos maestros.
Pienso que es un afán crematístico el que los mueve o bien instrucciones de gente adocenada que lo único que quiere es utilizar al medio para obtener pingues beneficios para su bolsillo.
El lenguaje descarnado, que a veces puede emplearse solo como excepción, lo único que produce es un desencanto evidente en maestros y profesores que hoy por hoy no se atreven a corregir a sus propios alumnos y mucho menos a los alumnos de otros, llegándose a escándalos como los que estamos viviendo estos días en los principales colegios de Buenos Aires, donde la cuestión ha tomado tal cariz que se sospecha que estamos en presencia de un conflicto de larga data.
En rigor, esta cuestión del lenguaje radial ha tomado tal virulencia que cabe sospechar que un medio tan importante y aglutinador como es la radio nos traslada a épocas pasadas donde la radio era vehículo de cultura y nunca mero entretenimiento.
Quizás el ejemplo más vívido esté representado por un a figura extraordinaria como fue en su tiempo Hugo Guerrero Marthineitz, “el peruano parlanchín”, el que llegó a dormir en un sillón del hall de Radio Rivadavia porque no tenía trabajo en ninguna emisora.
Está demás decir que a medida que ha pasado el tiempo la radio ha dejado de ser un instrumento de cultura para transformarse en una vía propicia para toda clase de experimentos eróticos y hasta experiencias de todo tipo, donde se advierte que no existe un control o bien una manera de custodiar valores perennes, por lo que es de desear que muy pronto se recuperen modos y maneras argentinos que nunca debieron ser abandonados.
Que lejos estamos en el plano deportivo de aquellos relatos impagables de Joaquín Carballo, “Fioravanti”, Félix Daniel Frascara, Ricardo Borocotó, “Lalo” Pelichiari, Enzo Ardigó y otras figuras del ayer que con su impecable decir vestían las crónicas deportivas y donde aún en el plano deportivo otorgaban a sus relatos una categoría que ya ha desaparecido desde hace rato.
En definitiva: la radio argentina atraviesa un período de decadencia y tal vez, como le sucede a nuestro país en general sigue un derrotero cada vez más alarmante.