miércoles, 14 de julio de 2010

LOS DOS PAÍSES


Apagado los ecos del bicentenario, que indudablemente fue una puesta en escena muy bien diseñada por el gobierno nacional  y que contó con amplia adhesión popular, cabe reflexionar sobre la situación argentina a 200 años de su nacimiento.
Cuando se anda por Buenos Aires, Córdoba o Rosario se advierte una cantidad insospechada de gente desclasada mucho menos que pobre, que vive y duerme en las calles sin tener protección alguna, apenas las que le alcanzan sectores jóvenes de la Iglesia Católica, Adventista, Testigos de Jehová y otros grupos religiosos que los confortan como pueden, alcanzándoles un plato de sopa caliente y conversando con ellos en noches de extremo frío.
Vale decir que el país que soñaron nuestros mayores está lejos de ser una realidad y habría que averiguar con sinceridad y sin ocultamientos cuales son las razones del fracaso.
Para quien esto escribe la primera cuestión es la traición a España perpetrada por aquellos hombres a quienes Ernesto Palacio llamó “el gobierno de los emigrados”.
Ilusionados por el gobierno  de la ilustración que ya había tenido su exteriorización en los primeros tiempos de la República a través de  su  oposición a esa línea y junto a las figuras notorias que trajo el iluminismo durante la primera mitad del Siglo XIX, especialmente en Francia, siguiendo el pensamiento de Voltaire, Kant, Rousseau, Descartes y muchos otros.
  Esta corriente se perpetuó desconociendo los valores culturales propios de los hijos del país que nunca lograron afianzarse lo suficiente como para conseguir lo que años después se llamó la Patria grande al conjuro de la llegada de figuras provinciales, como por ejemplo el Deán Funes quien atendió con esmero las dificultades de los pueblos del interior y logró que la Primera Junta fuera reemplazada en los hechos por la Junta Grande
Por otra parte, tampoco se le dio participación alguna  a los pueblos originarios, antes bien se los desplazó iniciando campañas de exterminio, de las cuales Sarmiento, Mitre y Roca fueron principales protagonistas. También se puso en tela de juicio el papel del Ejército y de la Iglesia que fueron los verdaderos artífices de una Patria común.
Los hijos del país no tuvieron mayor importancia en este esquema a punto tal que se olvidó que la España no tenía a estas regiones como colonias, antes bien, las considerabas provincias de ultramar.
Por todo ello y pese al esfuerzo de muchos denodados hombres de armas nunca consiguieron vencer esa postura más bien afrancesada que chocaba con los verdaderos intereses nacionales en modo preferente haciendo gravitar a Buenos Aires como centro de interés cultural exclusivamente.
Es cierto que también Juan Manuel de  Rosas, que llegó para superar la anarquía, cometió el error de no valorizar debidamente a las provincias, aun cuando tuvo recordados parlamentos con los aborígenes y siempre los trató con deferencia a punto tal que algunos se incorporaron al ejercito- caso Mariano Rosas- y fueron considerados hijos del restaurador.
La obra constitutiva de Don Juan Manuel debe ser rescatada a pesar de algún exceso, porque es la mejor demostración que los hijos de la Patria si son bien conducidos también sirven para crear un país noble y digno.
En cambio, la actitud estratégica y política de aquellos hombres literatos nunca sirvió para otra cosa que enaltecer sus nombres a tal punto que hoy tenemos una cultura vacía de lo nacional, entrampada en dificultades enormes para comprender que existen dos países: el país real y el país que ellos consideraron ideal.
Y justamente, el gobierno de turno tiene algunas posiciones que parecen dirigirse a la buena línea, como por ejemplo la defensa de la soberanía y sus reclamos ostensibles a Gran Bretaña, que siguen una posición dura y a la que conjuntamente todo el continente sudamericano apoya nuestros reclamos.
Asimismo, es evidente que existe por parte de la pareja gobernante actitudes contradictorias, como por ejemplo el grave problema de la minería a cielo abierto y el irreparable daño ambiental que ello representa, como también permitir que grandes sectores de la Patagonia sean comprados por extranjeros sin ningún tipo de control, lo que evidencia que existe una suerte de gambito cuando la cuestión interesa desde el punto de vista del bolsillo propio.
Claro que los gobiernos populares de Yrigoyen y Perón fueron los que retomaron la línea histórica, siendo el primero con la llegada de la inmigración que desplazó a la oligarquía y el segundo con sus amplios planes quinquenales y la justicia social para todos los argentinos.
         En definitiva, Argentina está llamada a ser una potencia realmente importante en el Cono Sur, pero para ello necesita desprenderse de todas las ideologías liberales, las que le han causado a la República un atraso inconmensurable.

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